
En la historia de la humanidad abunda la evidencia sobre el hecho de que los humanos han evolucionado para ser cooperativos debido a sus beneficios para la supervivencia como individuos y como grupos. Incluso hoy en día, afirma Dacher Keltner, los vecindarios con más cohesión social y cooperación tienen mejor salud infantil y esperanza de vida, mayores tasas de graduación escolar secundaria, y menor desorden social. Pero esto no es solo una característica humana. Es parte de la propia naturaleza el ser cooperativos, tal como lo podemos ver en el comportamientos de las aves o las manadas animales. Sin embargo, lo que se ha descubierto en humanos, explica Emiliana Simon-Thomas, es que la cooperación tiene un efecto distintivo en el cerebro. Cuando cooperamos, se activan los centros de la recompensa y el placer en nuestro cerebro, mientras que una ruptura en la cooperación gatilla sentimientos de desagrado y activación de la amígdala, que regula emociones como el miedo y agresión. Mirre Stallen y Alan Sanfey estudiaron los mecanismos cooperativos codificados en el cerebro en su artículo de 2013 The Cooperative Brain (el cerebro cooperativo), y descubrieron que muchos de los procesos que subyacen en la cooperación coinciden con los mecanismos cerebrales fundamentales de recompensa, castigo, y aprendizaje, y que la cooperación puede ser influenciada por expectativas sociales e incentivos.
Estudios sobre la neurociencia de la cooperación han demostrado que el primer y más rápido impulso de los humanos es cooperar, no competir, explica Emiliana Simon-Thomas en su artículo The Cooperative Instinct (el instinto cooperativo). Aquí ella afirma que las personas, en promedio, tienen un impulso inicial de comportarse cooperativamente, y que si pasan más tiempo razonando y evaluando su respuesta, tienden a comportarse de forma más egoísta. Los investigadores David Rand, Joshua Greene, y Martin Nowak discuten sus resultados sobre la naturaleza de la cooperación en su artículo Spontaneous Giving and Calculated Greed (entrega espontánea y codicia calculada), donde establecen que “Nuestros resultados aportan evidencia convergente de que la intuición apoya la cooperación en dilemas sociales, y que la reflexión puede debilitar estos impulsos cooperativos”.
Entonces, como podemos ver, somos instintivamente cooperativos y por lo tanto también propensos a buscar la paz y la reconciliación, que son formas de volver a la cooperación una vez que ocurren transgresiones. En su artículo Born to Blush (nacidos para sonrojarnos), Dacher Keltner describe cómo hemos desarrollado formas sofisticadas para reconciliarnos, explicando que nuestras expresiones faciales, el sonrojarnos, y el lenguaje corporal de la vergüenza hacen que a los demás les gustemos más, nos perdonen más, y confíen más en nosotros. Estas conductas transmiten respeto por los demás y reconocimiento de nuestra culpa. “Los sencillos elementos de demostración de vergüenza que he documentado y rastreado hasta los procesos de apaciguamiento y reconciliación en otras especies –evitar la mirada, inclinar la cabeza, sonreír con incomodidad, y tocarse el rostro– son un lenguaje de cooperación, son la ética tácita de la modestia”, dice Keltner, concluyendo con una hermosa metáfora: “La vergüenza es como una ola del océano: Te lanza a ti y a tus cercanos al suelo, pero te levantas abrazando y riendo”.
Un paso fundamental en el proceso de reconciliación es la disculpa. Pero de acuerdo con Aaron Lazare, antiguo decano de la Escuela de Medicina de la Universidad de Massachusetts y una autoridad en la psicología de la disculpa, para ser efectiva, una disculpa debe cumplir con cuatro partes: 1) reconocimiento de la ofensa; 2) explicación; 3) expresiones de remordimiento, vergüenza, y humildad; y 4) reparación. En su artículo Making Peace Through Apology (lograr la paz a través de la disculpa), explica que las disculpas pueden ser una fuerza sanadora, generando perdón y reconciliación en ambas partes si satisfacen las necesidades psicológicas del ofendido. “Estos [ejemplos citados en el artículo] y muchas otras disculpas exitosas, tanto privadas como públicas, requieren de honestidad, generosidad, humildad, y valor”, señala. En su libro On Apology, explica por qué algunas disculpas funcionan, por qué otras fracasan, y por qué son tan importantes para individuos, grupos, y naciones.
La investigación ha documentado ampliamente cómo el daño social y el conflicto cobran un precio en nuestro bienestar psicológico y físico. En un conflicto con otros, normalmente tenemos dos opciones: quedarse en la injusticia y la venganza o perdonar. Según Dacher Keltner, un estudio tras otro en la última década han demostrado que el perdón está ligado con una mayor satisfacción vital, más emociones positivas, menos emociones negativas, menos síntomas físicos de enfermedad, y menos respuestas de lucha o huida. Pero el perdón verdadero solo puede ocurrir cuando somos capaces de aceptar lo que ha ocurrido, reducir nuestro deseo de venganza, evitar menos al ofensor, y sentir más compasión por ellos. Jack Kornfield, doctor en psicología y profesor destacado en presentar el mindfulness budista en el occidente, dice lo siguiente sobre la práctica del perdón: “Tal como la práctica de la compasión, el perdón no ignora la verdad de nuestro sufrimiento. El perdón no es débil. Requiere valor e integridad. Pero solo el perdón y el amor pueden traer la paz que deseamos”. Él explica que el perdón no significa aprobación u olvido, tampoco minimiza la ofensa, y que contrario a la creencia común de que es algo que damos a otros, el perdón es en realidad algo que hacemos para nosotros mismos en un proceso personal profundo. En el siguiente video, Forgiveness Meditation (meditación del perdón), Kornfield ofrece una guía y un análisis de lo que significa realmente el perdón: “Es un profundo proceso del corazón. Y en el proceso, necesitas honrar la traición a ti mismo u a otros, el sufrimiento, la ira, el dolor, el miedo. Y puede tomar un largo tiempo”.
“Los estudios están encontrando conexiones entre el perdón y la salud física, mental, y espiritual, y evidencias de que juega un papel clave en la salud de las familias, comunidades, y naciones”, dice Everett L. Worthington, Jr., psicólogo clínico y profesor de psicología en la Universidad de Virginia Commonwealth, en su artículo The New Science of Forgiveness (la nueva ciencia del perdón). Aquí, sugiere que la falta de perdón causa hostilidad y estrés que lleva a una mala salud, y puede comprometer el sistema inmune en muchos niveles desequilibrando la producción de hormonas y alterando la forma en que nuestras células combaten las infecciones, bacterias, y enfermedades.
El perdón, entonces, es algo que debemos hacer por nuestro propio bienestar, dejando ir agravios pasados que solo dañan al que los sigue rumiando. Frederic Luskin, director del Proyecto del Perdón de la Universidad de Stanford, define el perdón de la siguiente forma: “El perdón es la capacidad de hacer las paces con la palabra no”, explicando que sentimos resentimiento cuando la realidad no cumple nuestras expectativas y guardamos rencor por situaciones pasadas. En su libro Forgive for Good. A Proven Prescription for Health and Happiness, explica que la decisión saludable es perdonar a quien nos haya dañado y perdonarnos a nosotros mismos por la forma en que respondimos. En su artículo The Art of Forgiveness (el arte del perdón), describe el proceso de perdonar y detalla su método probado por la investigación, que consiste en nueve pasos para perdonar casi cualquier cosa. “Lo que hemos encontrado es que el perdón puede reducir el estrés, la presión sanguínea, la ira, la depresión, y el dolor, y que puede aumentar el optimismo, la esperanza, la compasión, y la vitalidad física”, dice en The Choice to Forgive (la elección de perdonar), agregando que “El perdón requiere de práctica, pero es una habilidad que casi cualquiera puede aprender”. Desde nuestra evolución natural como seres cooperativos hasta nuestra innata y valiente capacidad para resolver conflictos a través de la disculpa y el perdón, es fácil ver que tenemos mecanismos incorporados que nos permiten elegir por nuestro bienestar. Cuando buscamos cooperar, perdonar, y seguir adelante en la vida con alegría y amor, nos encontramos en la senda hacia la felicidad. Y el camino más directo a la felicidad es la gratitud. Descubramos por qué en el siguiente post.